Después, el lector se dirige al ambón y proclama la primera lectura, que
todos escuchan sentados.
Para indicar el fin de la lectura, el lector dice:
Palabra de Dios.
Todos responden:
℟. Te alabamos, Señor.
El salmista, o el cantor, canta o recita el salmo, y el pueblo pronuncia la
respuesta.
Después, si hay segunda lectura, el lector la lee desde el ambón, como
la primera.
Para indicar el fin de la lectura, el lector dice:
Palabra de Dios.
Todos responden:
℟. Te alabamos, Señor.
Sigue el Aleluya, u otro canto determinado por las rúbricas, según lo
requiera el tiempo litúrgico.
Mientras tanto, si se usa incienso, el sacerdote lo pone en el incensario.
Después, el diácono que va a proclamar el Evangelio, profundamente inclinado
ante el sacerdote, pide la bendición, diciendo en voz baja:
Padre, dame tu bendición.
El sacerdote en voz baja dice:
El Señor esté en tu corazón y en tus labios,
para que anuncies dignamente su Evangelio;
en el nombre del Padre, y del Hijo '
y del Espíritu Santo.
El diácono se signa con la señal de la cruz y responde:
Amén.
Pero si no está presente el diácono, el sacerdote, inclinado ante el altar,
dice en secreto:
Purifica mi corazón y mis labios,
Dios todopoderoso,
para que pueda anunciar dignamente
tu santo Evangelio.
Después el diácono, o el acerdote, se dirige al ambón, acompañado, si
es oportuno, por los ministros que llevan el incienso y los cirios, y dice:
El Señor esté con ustedes.
El pueblo responde:
℟. Y con tu espíritu.
El diácono, o el sacerdote:
Lectura del santo Evangelio según san N .
Y, mientras tanto, hace la señal de la cruz sobre el libro y sobre su frente,
labios y pecho.
El pueblo aclama:
℟. Gloria a tí, Señor.
Luego el diácono, o el sacerdote, si se usa incienso, inciensa el libro y
proclama el Evangelio.
Acabado el Evangelio, el diácono o el sacerdote, aclama:
Palabra del Señor.
Todos responden:
℟. Gloria a tí, Señor Jesús.
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Si la aclamación es cantada, pueden usarse otras respuestas de alabanza a
Jesucristo, por ejemplo:
Tu palabra, Señor, es la verdad, y tu ley nuestra libertad.
O bien:
Tu palabra, Señor, es lámpara que alumbra nuestros pasos.
O bien:
Tu palabra, Señor, permanece por los siglos.
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Después besa el libro, diciendo en secreto:
Por las palabras de este santo Evangelio sean borrados nuestros pecados.
Luego se hace la homilía, que corresponde al sacerdote o al diácono, y
que debe hacerse todos los domingos y fiestas de precepto; se recomienda los
otros días.