Vigilia Pascual en la noche Santa

  DOMINGO DE PASCUA 
DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Vigilia Pascual en la noche santa

1. Según una antiquísima tradición, ésta es una noche de vela en honor del Señor (Ex 12, 42). Los fieles, tal como lo recomienda el Evangelio (Lc 12, 35-37), deben asemejarse a los criados que, con las lámparas encendidas en sus manos, esperan el retorno de su Señor, para que cuando llegue les encuentre en vela y los invite a sentarse a su mesa.

2. La Vigilia de esta noche, que es la mayor y más noble de todas las solemnidades, ha de ser una sola en cada iglesia. Se desarrolla de la siguiente manera: después del lucernario y el pregón pascual (que es la primera parte de la Vigilia), la santa Iglesia, llena de fe en la palabra y en las promesas del Señor, contempla las maravillas que el Señor Dios realizó desde el principio en favor de su pueblo (segunda parte o liturgia de la Palabra), hasta que, al acercarse el día y acompañada ya de sus nuevos hijos renacidos en el Bautismo (tercera parte), es invitada a la mesa que el Señor ha preparado para su pueblo como memorial de su muerte y resurrección hasta que vuelva (cuarta parte).

3. Toda la celebración de la Vigilia pascual debe hacerse durante la noche. Por ello no debe escogerse ni una hora tan temprana que la Vigilia empiece antes del inicio de la noche, ni tan tardía que concluya después del alba del domingo.

4. La misa de la vigilia, aunque se celebre antes de la medianoche, es ya la misa de Pascua del Domingo de Resurrección.

5. Los fieles que participan en esta misa de la noche pueden comulgar de nuevo en la misa del día de Pascua. El que celebra o concelebra la misa de la noche pascual puede celebrar o concelebrar de nuevo la misa del día de Pascua. La Vigilia pascual ocupa el lugar del oficio de lectura.

6. Según costumbre, asista al sacerdote un diácono; en su ausencia, el sacerdote celebrante o un concelebrante asuman las funciones de su orden, excepto las que a continuación se indican. 
El sacerdote y el diácono se revisten con las vestiduras blancas que han de usar en la misa.

7. Han de prepararse velas para todos los fieles que participen en la Vigilia. Se apagan las luces de la iglesia.

Primera parte:
LUCERNARIO O SOLEMNE COMIENZO DE LA VIGILIA

Bendición del fuego y preparación del cirio

8. En un lugar adecuado, fuera de la iglesia, se enciende la hoguera. Congregado allí el pueblo, llega el sacerdote con los ministros. Uno de ellos lleva el cirio pascual. No se lleva la cruz procesional ni los ciriales. 
Donde no pueda encenderse el fuego fuera de la iglesia, el rito se desarrolla como se indica en el número 13.

9. El sacerdote y los fieles se signan cuando él dice: En el nombre del Padre... El sacerdote saluda, como de costumbre, al pueblo congregado y hace una breve monición sobre el sentido de esta vigilia nocturna con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: En esta noche santa, en que nuestro Señor Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, la Iglesia invita a todos sus hijos, diseminados por el mundo, a que se reúnan para velar en oración. Si recordamos así la Pascua del Señor, escuchando su palabra y celebrando sus misterios, podremos esperar tener parte en su triunfo sobre la muerte y vivir con él en Dios.

10. Seguidamente el sacerdote, con las manos extendidas, bendice el fuego diciendo: 
Oremos. 
Oh Dios, que por medio de tu Hijo has dado a los fieles la claridad de tu luz, santifica este fuego nuevo y concédenos que la celebración de estas fiestas de Pascua encienda en nosotros deseos tan santos que podamos llegar con corazón limpio a las fiestas de la eterna luz. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

11. Bendecido el fuego nuevo, un acólito, u otro ministro, lleva el cirio pascual ante el celebrante; este, con un punzón, graba una cruz en el cirio. Después, traza en la parte superior de esta cruz la letra griega alfa, y debajo de la misma la letra griega omega; en los ángulos que forman los brazos de la cruz traza los cuatro números del año en curso.

Mientras hace estos signos, dice: 
1. Cristo ayer y hoy, (Graba el trazo vertical de la cruz);
2. principio y fin, (Graba el trazo horizontal);
3. alfa (Graba la letra alfa sobre el trazo vertical);
4. y omega. (Graba la letra omega debajo del trazo vertical);
5. Suyo es el tiempo (Graba el primer número del año en curso en el ángulo izquierdo superior de la cruz);
6. y la eternidad. (Graba el segundo número del año en curso en el ángulo derecho superior de la cruz);
7. A él la gloria y el poder, (Graba el tercer número del año en curso en el ángulo izquierdo inferior de la cruz);
8. por los siglos de los siglos. Amén. (Graba el cuarto número del año en curso en el ángulo derecho inferior de la cruz).


12. Acabada la incisión de la cruz y de los otros signos, el sacerdote puede incrustar en el cirio cinco granos de incienso, en forma de cruz, mientras dice: 
1. Por sus santas llagas 
2. gloriosas, 
3. nos proteja 
4. y nos guarde 
5. Jesucristo nuestro Señor. Amén.


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13. Donde por alguna dificultad no se enciende la hoguera, la bendición del fuego se acomodará a las circunstancias. Reunido el pueblo en la iglesia como de costumbre, el sacerdote y los ministros, uno de los cuales lleva el cirio pascual, se dirigen a la puerta de la iglesia. El pueblo, en cuanto sea posible, se vuelve hacia el celebrante. El sacerdote saluda al pueblo y hace la monición inicial, tal como se indica en el número 9; después bendice el fuego y prepara el cirio como se indica en los nn. 10-12.
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14. El sacerdote enciende el cirio pascual con el fuego nuevo, diciendo: 
La luz de Cristo, que resucita glorioso, disipe las tinieblas del corazón y del espíritu. 

Procesión 

15. Encendido el cirio, uno de los ministros toma carbones encendidos del fuego y los pone en el incensario. El sacerdote, según costumbre, impone el incienso. El diácono, o en su ausencia otro ministro idóneo, recibe del ministro el cirio pascual y se organiza la procesión. El turiferario, con el incensario humeante, camina delante del diácono o el ministro que lleva el cirio pascual. Sigue el sacerdote con los ministros y el pueblo, llevando todos en la mano las velas apagadas. A la puerta de la iglesia, el diácono, de pie y levantando el cirio canta:
Luz del Cristo. 
Y todos responden: 
℟. Demos gracias a Dios. 

El sacerdote enciende su vela del cirio pascual. 

16. Después, el diácono continúa hasta el centro de la iglesia y, de pie y elevando el cirio, canta de nuevo: 
Luz del Cristo. 
Y todos responden: 
℟. Demos gracias a Dios. 

Todos encienden sus velas de la llama del cirio pascual, y avanzan.

17. El diácono, al llegar ante el altar, de pie y vuelto al pueblo, eleva el cirio y canta por tercera vez: 
Luz del Cristo. 
Y todos responden: 
℟. Demos gracias a Dios. 

El diácono pone el cirio pascual sobre un candelero solemne colocado junto al ambón o en medio del presbiterio. 

Y se encienden las luces de la iglesia, excepto las velas del altar.

Pregón pascual 

18. Cuando el sacerdote ha llegado al altar, va a su sede, entrega la candela al ministro, impone y bendice el incienso como para el Evangelio en la misa. El diácono va ante el sacerdote, y diciendo: Padre, dame tu bendición, pide y recibe la bendición del sacerdote, que dice en voz baja: 
El Señor esté en tu corazón y en tus labios, para que anuncies dignamente su pregón pascual; en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

El diácono responde: 
Amén. 

Esta bendición se omite si el pregón pascual es anunciado por alguien que no sea diácono.

19. El diácono, una vez incensados el libro y el cirio, anuncia el pregón pascual en el ambón o púlpito, estando todos de pie y con las velas encendidas en las manos.

El pregón pascual puede ser anunciado, en ausencia del diácono, por el mismo sacerdote o por otro presbítero concelebrante. Si, por necesidad, anuncia el pregón un cantor laico, omite las palabras: Por eso, queridos hermanos, hasta el fin de la invitación, y el saludo: El Señor esté con ustedes. 

El pregón puede ser cantado también en su forma más breve [entre corchetes].

[EXULTEN por fin los coros de los ángeles,
exulten las jerarquías del cielo
y, por la victoria de Rey tan poderoso,
que las trompetas anuncien la salvación.

Goce también la tierra,
inundada de tanta claridad,
y que, radiante con el fulgor del Rey eterno,
se sienta libre de la tiniebla
que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia
revestida de luz tan brillante;
resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

(Por eso, queridos hermanos,
que asisten a la admirable claridad de esta luz santa,
invoquen conmigo la misericordia de Dios omnipotente,
para que aquel que, sin mérito mío,
me agregó al número de sus diáconos,
infundiendo el resplandor de su luz,
me ayude a cantar las alabanzas de este cirio.

[℣. El Señor esté con ustedes.
℟. Y con tu espíritu.)

℣. Levantemos el corazón.
℟. Lo tenemos levantado hacia el Señor.

℣. Demos gracias al Señor, nuestro Dios.
℟. Es justo y necesario.

En verdad es justo y necesario
aclamar con nuestras voces
y con todo el afecto del corazón
a Dios invisible, el Padre todopoderoso,
y a su único Hijo, nuestro Señor Jesucristo.

Porque él ha pagado por nosotros al eterno Padre
la deuda de Adán
y, derramando su sangre,
canceló el recibo del antiguo pecado.

Porque éstas son las fiestas de Pascua,
en las que se inmola el verdadero Cordero,
cuya sangre consagra las puertas de los fieles.

Esta es la noche
en que sacaste de Egipto
a los israelitas, nuestros padres,
y los hiciste pasar el mar Rojo por camino seco.

Esta es la noche
en que la columna de fuego
esclareció las tinieblas del pecado.

Esta es la noche
en que, por toda la tierra,
los que confiesan su fe en Cristo
son arrancados de los vicios del mundo
y de la oscuridad del pecado,
son restituidos a la gracia
y son agregados a los santos.

Esta es la noche
en que, rotas las cadenas de la muerte,
Cristo asciende victorioso del abismo.]

¡De nada nos serviría haber nacido 
si no hubiéramos sido redimidos!

[¡Que asombroso beneficio de tu amor por nosotros!
¡Qué incomparable ternura y caridad!
¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán,
que ha sido borrado por la muerte de Cristo.
¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!]

¡Qué noche tan dichosa! 
¡Sólo ella conoció el momento 
en que Cristo resucitó de entre los muertos!

Esta es la noche
de la que estaba escrito:
«Será la noche clara como el día,
la noche iluminada por mi gozo».

[Y así, esta noche santa
ahuyenta los pecados,
lava las culpas,
devuelve la inocencia a los caídos,
la alegría a los tristes,
expulsa el odio,
trae la concordia,
doblega a los poderosos.

En esta noche de Gracia, 
acepta, Padre Santo, 
el sacrificio vespertino de esta alabanza 
que la santa Iglesia, 
por manos de sus ministros, te ofrece 
con la solemne ofrenda de este cirio, 
cuya cera elaboraron las abejas.]

Sabemos ya lo que anuncia esta columna de fuego,
ardiendo en llama viva para la gloria de Dios.
Y aunque distribuye su luz,
no mengua al repartirla.
Porque se alimenta de esta cera fundida,
que elaboró la abeja fecunda
para hacer esta lámpara preciosa.

[¡Noche feliz en la cual se unen 
el cielo con la tierra, lo humano y lo divino!

Te rogamos, Señor, que este cirio, 
consagrado a tu nombre, 
para destruirla oscuridad de esta noche, 
arda sin apagarse. 
Y que recibido como agradable aroma, 
se asocie a las luminarias. 
Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, 
ese lucero que no conoce ocaso, 
Jesucristo, tu Hijo, 
quien, volviendo del abismo, 
resplandece sereno para el linaje humano, 
y quien vive y reina por los siglos de los siglos.]
℟. Amén.

Segunda parte: 
LITURGIA DE LA PALABRA 

20. En esta vigilia, «Madre de todas las vigilias», se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (Epístola y Evangelio), que se han de leer todas donde sea posible, para salvaguardar la índole de la Vigilia, que requiere larga duración. 

21. Por motivos graves de orden pastoral puede reducirse el número de lecturas del antiguo Testamento; pero téngase siempre en cuenta que la lectura de la palabra divina es parte fundamental de esta Vigilia pascual. Deben leerse, por lo menos, tres lecturas del Antiguo Testamento, concrete mente de la Ley y los Profetas, y cantarse los respectivos salmos responsoriales. Nunca puede omitirse la lectura del capítulo 14 del Éxodo (tercera lectura) ni su canto.

22. Apagadas las velas todos se sientan. Antes de comenzar las lecturas, el sacerdote hace una breve monición al pueblo con estas palabras u otras semejantes:
Queridos hermanos: Con el pregón solemne de la Pascua, hemos entrado ya en la noche santa de la resurrección del Señor. Escuchemos, en silencio meditativo, la palabra de Dios. Recordemos las maravillas que Dios ha realizado para salvar al primer Israel, y cómo en el avance continuo de la historia de la salvación, al llegar los últimos tiempos, envió al mundo a su Hijo, para que, con su muerte y resurrección, salvara a todos los hombres. Mientras contemplamos la gran trayectoria de esta historia santa, oremos intensamente, para que el designio de salvación universal, que Dios inició con Israel, llegue a su plenitud y alcance a toda la humanidad por el misterio de la resurrección de Jesucristo. 

23. Después siguen las lecturas. El lector se dirige al ambón y lee la primera de ellas. Seguidamente el salmista o un cantor dice el salmo, proclamando el pueblo la respuesta. Acabado el salmo, todos se levantan y el sacerdote dice: Oremos, y, después de que todos han orado en silencio durante algún tiempo, dice la oración correspondiente a la lectura. En lugar del salmo responsorial puede guardarse un espacio de silencio sagrado, omitiendo en este caso la pausa después del Oremos.

Primera lectura (Gén 1 – 2 o Gén 1, 26-31a)
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.

Lectura del libro del Génesis.

[Al principio creó Dios el cielo y la tierra.] La tierra estaba informe y vacía; la tiniebla cubría la superficie del abismo, mientras el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas. Dijo Dios:
«Exista la luz».
Y la luz existió.
Vio Dios que la luz era buena. Y separó Dios la luz de la tiniebla. Llamó Dios a la luz «día» y a la tiniebla llamó «noche».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día primero.
Y dijo Dios:
«Exista un firmamento entre las aguas, que separe aguas de aguas».
E hizo Dios el firmamento y separó las aguas de debajo del firmamento de las aguas de encima del firmamento.
Y así fue.
Llamó Dios al firmamento «cielo».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día segundo.
Dijo Dios:
«Júntense las aguas de debajo del cielo en un solo sitio, y que aparezca lo seco».
Y así fue.
Llamó Dios a lo seco «tierra», y a la masa de las aguas llamó «mar».
Y vio Dios que era bueno.
Dijo Dios:
«Cúbrase la tierra de verdor, de hierba verde que engendre semilla, y de árboles frutales que den fruto según su especie y que lleven semilla sobre la tierra».
Y así fue.
La tierra brotó hierba verde que engendraba semilla según su especie, y árboles que daban fruto y llevaban semilla según su especie.
Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día tercero.
Dijo Dios:
«Existan lumbreras en el firmamento del cielo, para separar el día de la noche, para señalar las fiestas, los días y los años, y sirvan de lumbreras en el firmamento del cielo, para iluminar sobre la tierra».
Y así fue.
E hizo Dios dos lumbreras grandes: la lumbrera mayor para regir el día, la lumbrera menor para regir la noche; y las estrellas. Dios las puso en el firmamento del cielo para iluminar la tierra, para regir el día y la noche y para separar la luz de la tiniebla.
Y vio Dios que era bueno.
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día cuarto.
Dijo Dios:
«Bullan las aguas de seres vivientes, y vuelen los pájaros sobre la tierra frente al firmamento del cielo».
Y creó Dios los grandes cetáceos y los seres vivientes que se deslizan y que las aguas fueron produciendo según sus especies, y las aves aladas según sus especies.
Y vio Dios que era bueno.
Luego los bendijo Dios, diciendo:
«Sean fecundos y multiplíquense, llenen las aguas del mar; y que las aves se multipliquen en la tierra».
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día quinto.
Dijo Dios:
«Produzca la tierra seres vivientes según sus especies: ganados, reptiles y fieras según sus especies».
Y así fue.
E hizo Dios las fieras según sus especies, los ganados según sus especies y los reptiles según sus especies.
Y vio Dios que era bueno.
[Dijo Dios:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza; que domine los peces del mar, las aves del cielo, los ganados y los reptiles de la tierra».
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó.
Dios los bendijo; y les dijo Dios:
«Sean fecundos y multiplíquense, llenen la tierra y sométanla; dominen los peces del mar, las aves del cielo y todos los animales que se mueven sobre la tierra».
Y dijo Dios:
«Miren, les entrego todas las hierbas que engendran semilla sobre la superficie de la tierra y todos los árboles frutales que engendran semilla: les servirán de alimento. Y la hierba verde servirá de alimento a todas las fieras de la tierra, a todas las aves del cielo, a todos los reptiles de la tierra y a todo ser que respira».
Y así fue.
Vio Dios todo lo que había hecho, y era muy bueno.]
Pasó una tarde, pasó una mañana: el día sexto.
Así quedaron concluidos el cielo, la tierra y todo el universo.
Y habiendo concluido el día séptimo la obra que había hecho, descansó el día séptimo de toda la obra que había hecho.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 10)
℟. Envía tu espíritu, Señor,
y repuebla la faz de la tierra.

Bendice, alma mía, al Señor:
¡Dios mío, qué grande eres!
Te vistes de belleza y majestad,
la luz te envuelve como un manto. ℟.

Asentaste la tierra sobre sus cimientos,
y no vacilará jamás;
la cubriste con el manto del océano,
y las aguas se posaron sobre las montañas. ℟.

Desde tu morada riegas los montes,
y la tierra se sacia de tu acción fecunda;
haces brotar hierba para los ganados,
y forraje para los que sirven al hombre.
Él saca pan de los campos. ℟.

Cuántas son tus obras, Señor,
y todas las hiciste con sabiduría;
la tierra está llena de tus criaturas.
¡Bendice, alma mía, al Señor! ℟.

24. Después de la primera lectura: (La creación: Gén 1, 1-2, 2 ó 1, 1. 26-31a) y el salmo (103 ó 32).

Oremos. 
Dios todopoderoso y eterno, admirable en todas tus obras, que tus redimidos comprendan cómo la creación del mundo, en el comienzo de los siglos, no fue obra de mayor grandeza que el sacrificio de Cristo, nuestra Pascua inmolada, en la plenitud de los tiempos. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

O bien (La creación del hombre): 
Oremos.
Oh. Dios, que admirablemente creaste al hombre y de modo más admirable aún lo redimiste: concédenos resistir sabiamente a los atractivos del pecado para alcanzar la eterna alegría. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

Segunda lectura (Gén 22, 1-18 o Gén 22, 1-2. 9a. 10-13. 15-18)
El sacrificio de Abrahán, nuestro padre en la fe.

Lectura del libro del Génesis.

[En aquellos días, Dios puso a prueba a Abrahán. Le dijo:
«¡Abrahán!».
Él respondió:
«Aquí estoy».
Dios dijo:
«Toma a tu hijo único, al que amas, a Isaac, y vete a la tierra de Moria y ofrécemelo allí en holocausto en uno de los monte que yo te indicaré».]
Abrahán madrugó, aparejó el asno y se llevó consigo a dos criados y a su hijo Isaac; cortó leña para el holocausto y se encaminó al lugar que le había indicado Dios.
Al tercer día levantó Abrahán los ojos y divisó el sitio desde lejos. Abrahán dijo a sus criados:
«Quédense aquí con el asno; yo con el muchacho iré hasta allá para adorar, y después volveremos con ustedes».
Abrahán tomó la leña para el holocausto, se la cargó a su hijo Isaac, y él llevaba el fuego y el cuchillo. Los dos caminaban juntos.
Isaac dijo a Abrahán, su padre:
«Padre».
Él respondió:
«Aquí estoy, hijo mío».
El muchacho dijo:
«Tenemos fuego y leña, pero, ¿dónde está el cordero para el holocausto?».
Abrahán contestó:
«Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío». Y siguieron caminando juntos.
[Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí el altar y apiló la leña, luego ató a su hijo Isaac y lo puso sobre el altar, encima de la leña. Entonces Abrahán alargó la mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. Pero el ángel del Señor le gritó desde el cielo:
«¡Abrahán, Abrahán!».
Él contestó:
«Aquí estoy».
El ángel le ordenó:
«No alargues la mano contra el muchacho ni le hagas nada. Ahora he comprobado que temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, a tu único hijo».
Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.]
Abrahán llamó aquel sitio «El Señor ve», por lo que se dice aún hoy «En el monte el Señor es visto».
El ángel del Señor llamó a Abrahán por segunda vez desde el cielo y le dijo:
«Juro por mí mismo, oráculo del Señor: por haber hecho esto, por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único, te colmaré de bendiciones y multiplicaré a tus descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus descendientes conquistarán las puertas de sus enemigos. Todas las naciones de la tierra se bendecirán con tu descendencia, porque has escuchado mi voz».]

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 15)
℟. Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti.

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en tu mano.
Tengo siempre presente al Señor,
con él a mi derecha no vacilaré. ℟.

Por eso se me alegra el corazón,
se gozan mis entrañas,
y mi carne descansa esperanzada.
Porque no me abandonarás en la región de los muertos
ni dejarás a tu fiel ver la corrupción. ℟.

Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha. ℟.

25. Después de la segunda lectura (El sacrificio de Abrahán: Gén 22, 1-18; ó 1-2. 9a. 10-13. 15-18) y el salmo (15).

Oremos. 
Oh, Dios, Padre supremo de los creyentes, que multiplicas sobre la tierra los hijos de tu promesa con la gracia de la adopción y, por el Misterio pascual, hiciste de tu siervo Abrahán el padre de todas las naciones, como lo habías prometido, concede a tu pueblo responder dignamente a la gracia de tu llamada. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

Tercera lectura (Éx 14, 15-15, 1a)
Los hijos de Israel entraron en medio del mar, por lo seco.

Lectura del libro del Éxodo.

En aquellos días, el Señor dijo a Moisés:
«¿Por qué sigues clamando a mí? Di a los hijos de Israel que se pongan en marcha. Y tú, alza tu cayado, extiende tu mano sobre el mar y divídelo, para que los hijos de Israel pasen por medio del mar, por lo seco. Yo haré que los egipcios se obstinen y entren detrás de ustedes, y me cubriré de gloria a costa del faraón y de todo su ejército, de sus carros y de sus jinetes. Así sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, de sus carros y de sus jinetes».
Se puso en marcha el ángel del Señor, que iba al frente del ejército de Israel, y pasó a retaguardia. También la columna de nube, que iba delante de ellos, se desplazó y se colocó detrás, poniéndose entre el campamento de los egipcios y el campamento de Israel. La nube era tenebrosa y transcurrió toda la noche sin que los ejércitos pudieran aproximarse el uno al otro. Moisés extendió su mano sobre el mar y el Señor hizo retirarse el mar con un fuerte viento del este que sopló toda la noche; el mar se secó y se dividieron las aguas. Los hijos de Israel entraron en medio del mar, en lo seco, y las aguas les hacían de muralla a derecha e izquierda. Los egipcios los persiguieron y entraron tras ellos, en medio del mar: todos los caballos del faraón, sus carros y sus jinetes.
Era ya la vigilia matutina cuando el Señor miró desde la columna de fuego y humo hacia el ejército de los egipcios y sembró el pánico en el ejército egipcio. Trabó las ruedas de sus carros, haciéndolos avanzar pesadamente.
Los egipcios dijeron:
«Huyamos ante Israel, porque el Señor lucha por él contra Egipto».
Luego dijo el Señor a Moisés:
«Extiende tu mano sobre el mar, y vuelvan las aguas sobre los egipcios, sus carros y sus jinetes».
Moisés extendió su mano sobre el mar; y al despuntar el día el mar recobró su estado natural, de modo que los egipcios, en su huida, toparon con las aguas. Así precipitó el Señor a los egipcios en medio del mar.
Las aguas volvieron y cubrieron los carros, los jinetes y todo el ejército del faraón, que había entrado en el mar. Ni uno solo se salvó.
Mas los hijos de Israel pasaron en seco por medio del mar, mientras las aguas hacían de muralla a derecha e izquierda.
Aquel día salvó el Señor a Israel del poder de Egipto, e Israel vio a los egipcios muertos, en la orilla del mar. Vio, pues, Israel la mano potente que el Señor había desplegado contra los egipcios, y temió el pueblo al Señor, y creyó en el Señor y en Moisés, su siervo.
Entonces Moisés y los hijos de Israel entonaron este canto al Señor:

No se dice: Palabra de Dios.

Cántico (Éx 15)
℟. Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria.

Cantaré al Señor, gloriosa es su victoria,
caballos y carros ha arrojado en el mar.
Mi fuerza y mi poder es el Señor,
Él fue mi salvación.
Él es mi Dios: yo lo alabaré;
el Dios de mis padres: yo lo ensalzaré. ℟.

El Señor es un guerrero,
su nombre es “El Señor”.
Los carros del faraón los lanzó al mar,
ahogó en el mar Rojo a sus mejores capitanes. ℟.

Las olas los cubrieron,
bajaron hasta el fondo como piedras.
Tu diestra, Señor, es magnífica en poder,
tu diestra, Señor, tritura al enemigo. ℟.

Lo introduces y lo plantas en el monte de tu heredad,
lugar del que hiciste tu trono, Señor;
santuario, Señor, que fundaron tus manos.
El Señor reina por siempre jamás.. ℟.

26. Después de la tercera lectura (El paso del mar Rojo: Ex 14, 15-15, 1) y su cántico (Éx 15). 

Oremos. 
También ahora, Señor, vemos brillar tus antiguas maravillas, y lo mismo que en otro tiempo manifestabas tu poder al librar a un solo pueblo de la persecución del Faraón, hoy aseguras la salvación de todas las naciones, haciéndolas renacer por las aguas del bautismo; te pedimos que los hombres del mundo entero lleguen a ser hijos de Abrahán y miembros del nuevo Israel. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

O bien:
Oremos. 
Oh, Dios, que has iluminado los prodigios de los tiempos antiguos con la luz del nuevo Testamento, el mar Rojo fue imagen de la fuente bautismal, y el pueblo, liberado de la esclavitud, imagen de la familia cristiana; concede a todas las gentes, elevadas por su fe a la dignidad de pueblo elegido, regenerarse por la participación de tu Espíritu. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.  

Cuarta lectura (Is 54, 5-14)
Con amor eterno te quiere el Señor, tu libertador.

Lectura del libro de Isaías.

Quien te desposa es tu Hacedor:
su nombre es Señor todopoderoso.
Tu libertador es el Santo de Israel:
se llama «Dios de toda la tierra».
Como a mujer abandonada y abatida
te llama el Señor;
como a esposa de juventud, repudiada
—dice tu Dios—.
Por un instante te abandoné,
pero con gran cariño te reuniré.
En un arrebato de ira,
por un instante te escondí mi rostro,
pero con amor eterno te quiero
—dice el Señor, tu libertador—.
Me sucede como en los días de Noé:
juré que las aguas de Noé
no volverían a cubrir la tierra;
así juro no irritarme contra ti
ni amenazarte.
Aunque los montes cambiasen
y vacilaran las colinas,
no cambiaría mi amor,
ni vacilaría mi alianza de paz
—dice el Señor que te quiere—.
¡Ciudad afligida, azotada por el viento,
a quien nadie consuela!
Mira, yo mismo asiento tus piedras sobre azabaches,
tus cimientos sobre zafiros;
haré tus almenas de rubí,
tus puertas de esmeralda,
y de piedras preciosas tus bastiones.
Tus hijos serán discípulos del Señor,
gozarán de gran prosperidad tus constructores.
Tendrás tu fundamento en la justicia:
lejos de la opresión, no tendrás que temer;
lejos del terror, que no se acercará.

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 29)
℟. Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
y no has dejado que mis enemigos se rían de mí.
Señor, sacaste mi vida del abismo,
y me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. ℟.

Tañed para el Señor, fieles suyos,
celebrad el recuerdo de su nombre santo;
su cólera dura un instante;
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto;
por la mañana, el júbilo. ℟.

Escucha, Señor, y ten piedad de mí;
Señor, socórreme.
Cambiaste mi luto en danzas.
Señor Dios mío, te daré gracias por siempre.℟.

27. Después de la cuarta lectura (La nueva Jerusalén: Is 54, 5-14) y el salmo (29).

Oremos. 
Dios todopoderoso y eterno, multiplica, fiel a tu palabra, la descendencia que aseguraste a la fe de nuestros padres, y aumenta con tu adopción los hijos de la promesa, para que tu Iglesia vea cómo se ha cumplido ya, en gran medida, cuanto creyeron y esperaron los patriarcas. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén. 

Quinta lectura (Is 55, 1-11)
Vengan a mí, y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua.

Lectura del libro de Isaías.

Esto dice el Señor:
«Sedientos todos, acudan por agua;
vengan, también los que no tienen dinero:
compren trigo y coman, vengan y compren,
sin dinero y de balde, vino y leche.
¿Por qué gastar dinero en lo que no alimenta
y el salario en lo que no da hartura?
Escúchenme atentos y comerán bien,
saborearán platos sustanciosos.
Inclinen su oído, vengan a mí:
escúchenme y vivirán.
Sellaré con ustedes una alianza perpetua,
las misericordias firmes hechas a David:
lo hice mi testigo para los pueblos,
guía y soberano de naciones.
Tú llamarás a un pueblo desconocido,
un pueblo que no te conocía correrá hacia ti;
porque el Señor tu Dios,
el Santo de Israel te glorifica.
Busquen al Señor mientras se deja encontrar,
invóquenlo mientras está cerca.
Que el malvado abandone su camino,
y el malhechor sus planes;
que se convierta al Señor, y él tendrá piedad,
a nuestro Dios, que es rico en perdón.
Porque mis planes no son sus planes,
los caminos de ustedes no son mis caminos
—oráculo del Señor—.
Cuanto dista el cielo de la tierra,
así distan mis caminos de los de ustedes,
y mis planes de sus planes.
Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo,
y no vuelven allá sino después de empapar la tierra,
de fecundarla y hacerla germinar,
para que dé semilla al sembrador
y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca:
no volverá a mí vacía,
sino que cumplirá mi deseo
y llevará a cabo mi encargo».

Palabra de Dios.

Cántico (Is 12)
℟. Sacarán aguas con gozo
de las fuentes de la salvación.

«Él es mi Dios y Salvador:
confiaré y no temeré,
porque mi fuerza y mi poder es el Señor,
él fue mi salvación».
Y sacarán aguas con gozo
de las fuentes de la salvación. ℟.

«Den gracias al Señor,
invoquen su nombre,
cuenten a los pueblos sus hazañas,
proclamen que su nombre es excelso». ℟.

Tañan para el Señor, que hizo proezas,
anúncienlas a toda la tierra;
griten jubilosos, habitantes de Sión,
porque es grande es en medio de ti el Santo de Israel. ℟.

28. Después de la quinta lectura (La salvación que se ofrece gratuitamente a todos: Is 55, 1-11) y el cántico (Is 12).

Oremos. 
Dios todopoderoso y eterno, esperanza única del mundo, que anunciaste por la voz de tus profetas los misterios de los tiempos presentes, atiende los deseos de tu pueblo, porque ninguno de tus fieles puede progresar en la virtud sin la inspiración de tu gracia. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén. 

Sexta lectura (Bar 9-15. 32- 4)
Camina al resplandor del Señor.

Lectura del libro de Baruc.

Escucha, Israel, mandatos de vida;
presta oído y aprende prudencia.
¿Cuál es la razón, Israel,
de que sigas en país enemigo,
envejeciendo en tierra extranjera;
de que te crean un ser contaminado,
un muerto habitante del Abismo?
¡Abandonaste la fuente de la sabiduría!
Si hubieras seguido el camino de Dios,
habitarías en paz para siempre.
Aprende dónde está la prudencia,
dónde el valor y la inteligencia,
dónde una larga vida,
la luz de los ojos y la paz.
¿Quién encontró su lugar
o tuvo acceso a sus tesoros?
El que todo lo sabe la conoce,
la ha examinado y la penetra;
el que creó la tierra para siempre
y la llenó de animales cuadrúpedos;
el que envía la luz y le obedece,
la llama y acude temblorosa;
a los astros que velan gozosos
arriba en sus puestos de guardia,
los llama, y responden: «Presentes»,
y brillan gozosos para su Creador.
Éste es nuestro Dios,
y no hay quien se le pueda comparar;
rastreó el camino de la inteligencia
y se lo enseñó a su hijo, Jacob,
se lo mostró a su amado, Israel.
Después apareció en el mundo
y vivió en medio de los hombres.
Es el libro de los mandatos de Dios,
la ley de validez eterna:
los que la guarden vivirán;
los que la abandonen morirán.
Vuélvete, Jacob, a recibirla,
camina al resplandor de su luz;
no entregues a otros tu gloria,
ni tu dignidad a un pueblo extranjero.
¡Dichosos nosotros, Israel,
que conocemos lo que agrada al Señor!

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 18)
℟. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

La ley del Señor es perfecta
y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel
e instruye a los ignorantes. ℟.

Los mandatos del Señor son rectos
y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida
y da luz a los ojos. ℟.

El temor del Señor es puro
y eternamente estable;
los mandamientos del Señor son verdaderos
y eternamente justos. ℟.

Más preciosos que el oro,
más que el oro fino;
más dulce que la miel
de un panal que destila. ℟.

29. Después de la sexta lectura (La fuente de la sabiduría: Bar 3, 9-15. 31-4, 4) y el salmo (18).

Oremos. 
Oh, Dios, que sin cesar haces crecer a tu Iglesia con la convocatoria de todas las gentes, defiende con tu constante protección a cuantos purificas en el agua del bautismo. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

Septima lectura (Ez 36, 16-17a. 18-28)
Derramaré sobre ustedes un agua pura, y les daré un corazón nuevo.

Lectura de la profecía de Ezequiel.

Me vino esta palabra del Señor:
«Hijo de hombre, la casa de Israel profanó
con su conducta y sus acciones
la tierra en que habitaba.
Me enfurecí contra ellos,
por la sangre que habían derramado en el país,
y por haberlo profanado con sus ídolos.
Los dispersé por las naciones,
y anduvieron dispersos por diversos países.
Los he juzgado según su conducta y sus acciones.
Al llegar a las diversas naciones,
profanaron mi santo nombre,
ya que de ellos se decía:
“Éstos son el pueblo del Señor
y han debido abandonar su tierra”.
Así que tuve que defender mi santo nombre,
profanado por la casa de Israel
entre las naciones adonde había ido.
Por eso, di a la casa de Israel:
“Esto dice el Señor Dios:
No hago esto por ustedes, casa de Israel,
sino por mi santo nombre, profanado por ustedes
en las naciones a las que fueron.
Manifestaré la santidad de mi gran nombre,
profanado entre los gentiles,
porque ustedes lo han profanado en medio de ellos.
Reconocerán las naciones que yo soy el Señor
—oráculo del Señor Dios—,
cuando por medio de ustedes les haga ver mi santidad.
Los recogeré de entre las naciones,
los reuniré de todos los países
y los llevaré a su tierra.
Derramaré sobre ustedes un agua pura
que los purificará:
de todas sus inmundicias e idolatrías
los he de purificar;
y les daré un corazón nuevo,
y les infundiré un espíritu nuevo;
arrancaré de su carne el corazón de piedra,
y les daré un corazón de carne.
Les infundiré mi espíritu,
y haré que caminen según mis preceptos,
y que guarden y cumplan mis mandatos.
Y habitarán en la tierra que di a sus padres.
Ustedes serán mi pueblo,
y yo seré su Dios”».

Palabra de Dios.

Salmo responsorial (Sal 41)
℟. Como busca la cierva corrientes de agua,
así mi alma te busca a ti, Dios mío.

Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios? ℟.

Cómo entraba en el recinto santo,
cómo avanzaba hacia la casa de Dios,
entre cantos de júbilo y alabanza,
en el bullicio de la fiesta.. ℟.

Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen
y me conduzcan hasta tu monte santo,
hasta tu morada. ℟.

Me acercaré al altar de Dios,
al Dios de mi alegría;
y te daré gracias al son de la cítara,
Dios, Dios mío. ℟.

30. Después de la séptima lectura (El corazón nuevo y el espíritu nuevo: Ez 36, 16-28) y el salmo (41-42). 

Oremos. 
Oh, Dios, poder inmutable y luz sin ocaso, mira con bondad el sacramento admirable de la Iglesia entera y, en cumplimiento de tus eternos designios, lleva a feliz término la obra de la salvación humana; y que todo el mundo experimente y vea cómo lo abatido se levanta, lo viejo se renueva y todo vuelve a su integridad original, por el mismo Jesucristo, de quien todo procede. Él, que vive y reina por los siglos de los siglos.  
℟. Amén.

O bien:
Oremos. 
Oh, Dios, que para celebrar el Misterio pascual nos instruyes con las páginas de ambos Testamentos, danos a conocer tu misericordia, para que, al percibir los bienes presentes, se afiance la esperanza de los futuros. Por Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

31. Después de de la última lectura del Antiguo Testamento, con su salmo responsorial y oración, se encienden los cirios del altar, y el sacerdote entona el himno Gloria a Dios, que todos prosiguen mientras se hacen sonar las campanas, según las costumbres de cada lugar.

32. Acabado el himno, el sacerdote dice la oración colecta, como de costumbre. 

Oremos. 
Oh, Dios, que has iluminado esta noche santísima con la gloria de la resurrección del Señor, aviva en tu Iglesia el espíritu de la adopción filial, para que, renovados en cuerpo y alma, nos entreguemos plenamente a tu servicio. Por nuestro Señor Jesucristo tu hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

33. Seguidamente un lector proclama la lectura del Apóstol.

Epístola (Rom 6, 3-11)
Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más.

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos.

Hermanos:
Cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte.
Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.
Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado.
Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él. Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios.
Lo mismo ustedes, considérense muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

Aclamación al Evangelio (Sal 117)

34. Acabada la epístola, todos se levantan, y el sacerdote entona solemnemente por tres veces, elevando gradualmente el tono de la voz, el Aleluya, que repiten todos. Si fuese necesario, el salmista entona el Aleluya.


Después el salmista o cantor proclama el salmo 117, y el pueblo intercala
Aleluya en cada una de sus estrofas.

℟. Aleluya, aleluya, aleluya.

Den gracias al Señor porque es bueno,
porque es eterna su misericordia.
Diga la casa de Israel:
eterna es su misericordia. ℟.

«La diestra del Señor es poderosa,
la diestra del Señor es excelsa».
No he de morir, viviré
para contar las hazañas del Señor. ℟.

La piedra que desecharon los arquitectos
es ahora la piedra angular.
Es el Señor quien lo ha hecho,
ha sido un milagro patente. ℟.

35. El sacerdote, según el modo acostumbrado, pone el incienso y bendice al diácono. Para el Evangelio no se llevan cirios, sino solamente incienso. 

Evangelio

AÑO A (Mt 28, 1-10)
AÑO B (Mc 16, 1-7)
AÑO C (Lc 24, 1-12)

36. Después del Evangelio no se omita la homilía, aunque sea breve.

Tercera parte: 
LITURGIA BAUTISMAL

37. Después de la homilía se procede a la liturgia bautismal. El sacerdote, con los ministros, se dirige a la fuente bautismal, si esta se encuentra situada a la vista de los fieles. Si no es así, se coloca un recipiente con agua en el presbiterio.

38. Si hay catecúmenos, se los llama y sus padrinos los presentan; pero si los catecúmenos son niños, son sus padres y padrinos quienes los llevan y presentan a toda la asamblea congregada.

39. Si hay procesión al baptisterio o a la fuente, se organiza inmediatamente. Abre la procesión un ministro con el cirio pascual, siguen los bautismos con los padrinos, luego los demás ministros, el diácono y el sacerdote. Durante la procesión se cantan las letanías (n. 43). Terminadas estas, el sacerdote hace la monición (n. 40). 

40. Si la liturgia bautismal se desarrolla en el presbiterio, el sacerdote hace inmediatamente la monición introductoria con estas palabras u otras parecidas.

A. Si hay bautismos: 
Queridos hermanos: acompañemos unánimes con nuestra oración la esperanza de nuestros hermanos que van a la fuente de la regeneración, para que el Padre omnipotente les otorgue todo el auxilio de su misericordia. 

B. Si se bendice la fuente, pero no hay bautismos: 
Invoquemos, queridos hermanos, a Dios todopoderoso para que su gracia descienda sobre esta fuente, y cuantos en ella renazcan, sean incorporados a Cristo como hijos de adopción.

41. Dos cantores entonan las letanías a las que todos responden estando en pie (por razón del tiempo pascual). 

Si la procesión hasta el baptisterio es larga, las letanías se cantan durante dicha procesión; entonces, se llama a los que se van a bautizar antes de empezar la procesión. Se abre la procesión con el cirio pascual, luego siguen los catecúmenos con sus padrinos, después los ministros, el diácono y el sacerdote. En este caso, la monición precedente se hace antes de la bendición del agua.

42. Si no hay bautismos ni se ha de bendecir la fuente, omitidas las letanías, se procede inmediatamente a la bendición del agua (n. 52). 

43. En las letanías se pueden añadir algunos nombres de santos, especialmente el del titular de la iglesia, el de los patronos del lugar y el de los que van a ser bautizados.

Puede usarse una letanía adaptada.

— Señor, ten piedad (de nosotros).
℟. Señor, ten piedad (de nosotros).
— Cristo, ten piedad (de nosotros).
℟. Cristo, ten piedad (de nosotros).
— Señor, ten piedad (de nosotros).
℟. Señor, ten piedad (de nosotros).

— Santa María, madre de Dios,
℟. ruega por nosotros.
— San Miguel,
℟. ruega por nosotros.
— Santos Ángeles de Dios,
℟. rueguen por nosotros.
— San Juan Bautista,
℟. ruega por nosotros.
— San José,
℟. ruega por nosotros.
— San Pedro y San Pablo,
℟. rueguen por nosotros.
— San Andrés,
℟. ruega por nosotros.
— San Juan,
℟. ruega por nosotros.
— Santa María Magdalena,
℟. ruega por nosotros.
— San Esteban,
℟. ruega por nosotros.
— San Ignacio de Antioquía,
℟. ruega por nosotros.
— San Lorenzo,
℟. ruega por nosotros.
— Santas Perpetua y Felicidad,
℟. rueguen por nosotros.
— Santa Inés,
℟. ruega por nosotros.
— San Gregorio,
℟. ruega por nosotros.
— San Agustín,
℟. ruega por nosotros.
— San Atanasio,
℟. ruega por nosotros.
— San Basilio,
℟. ruega por nosotros.
— San Martín,
℟. ruega por nosotros.
— San Benito,
℟. ruega por nosotros.
— San Francisco y Santo Domingo,
℟. rueguen por nosotros.
— San Francisco Javier,
℟. ruega por nosotros.
— San Juan María Vianney,
℟. ruega por nosotros.
— Santa Catalina de Siena,
℟. ruega por nosotros.
— Santa Teresa de Jesús,
℟. ruega por nosotros.
— Todos los santos y santas de Dios,
℟. rueguen por nosotros.

— Muéstrate propicio.
℟. líbranos, Señor.
— De todo mal,
℟. líbranos, Señor.
— De todo pecado,
℟. líbranos, Señor.
— De la muerte eterna,
℟. líbranos, Señor.
— Por tu encarnación,
℟. líbranos, Señor.
— Por tu muerte y resurrección,
℟. líbranos, Señor.
— Por la efusión del Espíritu Santo,
℟. líbranos, Señor.

— Nosotros, que somos pecadores,
℟. Te rogamos, óyenos

Si hay bautismos:
— Para que regeneres a estos elegidos con la gracia del bautismo,
℟. Te rogamos, óyenos

Si no hay bautismos:
— Para que santifiques esta agua en la que renacerán tus nuevos hijos,
℟. Te rogamos, óyenos

— Jesús, Hijo de Dios vivo.
℟. Te rogamos, óyenos

— Cristo, óyenos.
℟. Cristo, óyenos.
— Cristo, escúchanos.
℟. Cristo, escúchanos.


Si hay bautismos, el sacerdote dice la siguiente oración con las manos extendidas: 
Dios todopoderoso y eterno, manifiesta tu presencia en estos sacramentos, obra de tu amor sin medida, y envía el espíritu de adopción para recrear los nuevos pueblos que alumbrará para ti la fuente bautismal; así tu poder dará eficacia a la humilde acción de nuestro ministerio. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

Bendición del agua bautismal

44. El sacerdote bendice el agua bautismal, diciendo la siguiente oración con las manos extendidas: 
Oh, Dios, que realizas en tus sacramentos obras admirables con tu poder invisible, y de diversos modos te has servido de tu criatura el agua para significar la gracia del bautismo.

Oh, Dios, cuyo Espíritu, en los orígenes del mundo, se cernía sobre las aguas, para que ya desde entonces concibieran el poder de santificar.

Oh, Dios, que incluso en las aguas torrenciales del diluvio prefiguraste el nuevo nacimiento, de modo que una misma agua, misteriosamente, pusiera fin al pecado y diera origen a la santidad.

Oh, Dios, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el pueblo liberado de la esclavitud del Faraón fuera imagen de la familia de los bautizados.

Oh, Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado por Juan en el agua del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo; colgado en la cruz vertió de su costado agua, junto con la sangre; y después de su resurrección mandó a sus apóstoles: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo», mira el rostro de tu Iglesia y dígnate abrir para ella la fuente del bautismo.

Que esta agua reciba, por el Espíritu Santo, la gracia de tu Unigénito, para que el hombre, creado a tu imagen, lavado, por el sacramento del bautismo, de todas las manchas de su vieja condición, renazca, como niño, a nueva vida por el agua y el Espíritu. 

Y, metiendo, si lo cree oportuno, el cirio pascual en el agua una o tres veces, prosigue: 
Te pedimos, Señor, que el poder del Espíritu Santo, por tu Hijo, descienda hasta el fondo de esta fuente, 

Y, teniendo el cirio en el agua, prosigue: 
para que todos los sepultados con Cristo en su muerte, por el bautismo, resuciten a la vida con él. Que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
℟. Amén.

45. Seguidamente saca el cirio del agua, y el pueblo hace la siguiente aclamación:
℟. Manantiales, bendecid al Señor,
ensalzadlo con himnos por los siglos.

46. Terminada la bendición del agua bautismal con la consiguiente aclamación del pueblo, el sacerdote, de pie, interroga a los adultos y a los padres o padrinos de los niños, para hacer las renuncias, como se determina en los respectivos rituales.

Si la unción de los adultos con el óleo de los catecúmenos no se ha hecho anteriormente en los ritos preparatorios, se hace en este momento.

47. Después, el sacerdote interroga sobre la fe a cada adulto, y si se trata de niños, pide a la vez a los padres y padrinos la triple profesión de fe, como se indica en los respectivos rituales. 

Cuando en esta noche son muchos los que han de ser bautizados, se puede ordenar el rito de modo que, inmediatamente después de la respuesta de los bautizandos, padres y padrinos, el celebrante pida y reciba la renovación de las promesas bautismales de todos los presentes.

48. Terminado el interrogatorio, el sacerdote bautiza a los elegidos adultos y niños. 

49. A continuación del bautismo el sacerdote unge a los niños con el crisma. A todos, adultos y niños, se les entrega la vestidura blanca. Seguidamente, el sacerdote o el diácono toma el cirio pascual de manos de un ministro y de él se encienden las velas de los neófitos. En el bautismo de los niños se omite el rito del Effetá.

50. Después, si no han tenido lugar en el presbiterio la ablución bautismal y los demás ritos explanativos, se regresa al presbiterio, ordenando la procesión como antes, llevando los neófitos, o sus padres y padrinos, las velas encendidas. Durante la procesión se entona el canto bautismal Vi que manaba agua u otro apropiado (n. 54). 

51. Si los bautizados son adultos, el obispo o, en su ausencia, el presbítero que confirió el bautismo, les administra inmediatamente el sacramento de la Confirmación en el presbiterio, como se indica en el Pontifical o en el Ritual Romano.

Bendición del agua común

52. Si no hay bautizos ni se bendice la fuente bautismal, el sacerdote bendice el agua con la siguiente oración:
Invoquemos, queridos hermanos, a Dios Padre todopoderoso, para que bendiga esta agua, que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo, y pidámosle que nos renueve interiormente, para que permanezcamos fieles al Espíritu que hemos recibido.

Después de una breve oración en silencio, prosigue con las manos juntas:
Señor, Dios nuestro, muéstrate propicio a tu pueblo que vela en esta noche santa. Dígnate bendecir esta agua ahora que celebramos la acción admirable de nuestra creación y la maravilla, aún más grande, de nuestra redención. Tú la creaste para hacer fecunda la tierra y para dar alivio y frescor a nuestros cuerpos. La hiciste también instrumento de tu misericordia al librar a tu pueblo, por medio de ella, de la esclavitud y al apagar su sed en el desierto; por los profetas la revelaste como signo de la nueva alianza que quisiste sellar con los hombres. Y finalmente, también por ella, santificada por Cristo en el Jordán, renovaste nuestra naturaleza pecadora en el baño del nuevo nacimiento. Que esta agua, Señor, avive en nosotros el recuerdo de nuestro bautismo y nos haga participar en el gozo de nuestros hermanos, bautizados en la Pascua. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

Renovación de las promesas del bautismo 

53. Acabado el rito del bautismo (y de la confirmación), o después de la bendición del agua, si no hubo bautismos, todos de pie y con las velas encendidas en sus manos, renuevan las promesas del bautismo, a no ser que se hubiera hecho junto con los que van a ser bautizados (cf. n. 49)

El sacerdote se dirige a los fieles con estas o semejantes palabras:
Queridos hermanos: Por el Misterio pascual hemos sido sepultados con Cristo en el bautismo, para que vivamos una vida nueva. Por tanto, terminado el ejercicio de la Cuaresma, renovemos las promesas del santo bautismo, con las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras, y prometimos servir fielmente a Dios en la santa Iglesia católica. 
Así pues.  

I

Sacerdote: 
¿Renunciáis a Satanás? 
℟. Sí, renuncio. 

Sacerdote: 
¿Y a todas sus obras? 
℟. Sí, renuncio. 

Sacerdote: 
¿Y a todas sus seducciones? 
℟. Sí, renuncio.*

II

Sacerdote: 
¿Renuncian al pecado  para vivir en la libertad de los hijos de Dios? 
℟. Sí, renuncio.

Sacerdote: 
¿Renuncian a todas las seducciones del mal, para que no domine en ustedes el pecado?
℟. Sí, renuncio.

Sacerdote: 
¿Renuncian a Satanás, autor y fuente del pecado?
℟. Sí, renuncio. *

* El sacerdote prosigue:
¿Creen en Dios Padre todopoderoso, 
creador del cielo y de la tierra?
℟. Sí, creo.

Sacerdote: 
¿Creen en Jesucristo 
su único Hijo, nuestro Señor, 
que nació de María la Virgen, 
padeció, fue sepultado, 
resucitó de entre los muertos, 
y está sentado a la derecha del Padre?
℟. Sí, creo.

Sacerdote: 
¿Creen en el Espíritu Santo, 
la santa Iglesia Católica, 
la comunión de los santos, 
el perdón de los pecados, 
la resurrección de la carne 
y la vida eterna?
℟. Sí, creo.

El sacerdote concluye:
Que Dios todopoderoso, padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos regeneró por el agua y el Espíritu Santo, y nos concedió la remisión de todos los pecados, nos proteja con su gracia hasta la vida eterna, en el mismo Jesucristo, nuestro Señor.
℟. Amén.

Antífona 

54. El sacerdote asperja al pueblo con agua bendita, mientras todos cantan: 
Vi que manaba agua del lado derecho del templo, aleluya. 
Y habrá vida dondequiera que llegue la corriente y cantarán: 
Aleluya, aleluya.

Se puede cantar otro canto de índole bautismal. 

55. Mientras tanto los neófitos son conducidos a su lugar entre los fieles. Si la bendición del agua bautismal se hizo en el presbiterio, el diácono y los ministros llevan el recipiente del agua al baptisterio. 

Si no hubo bendición del agua bautismal, el agua bendita se deja en lugar conveniente.

56. Acabada la aspersión, el sacerdote vuelve a la sede, donde, omitida la profesión de fe, dirige la oración de los fieles, en la que los neófitos participan por primera vez.

Cuarta parte: 
LITURGIA EUCARÍSTICA

57. El sacerdote va al altar y comienza la liturgia eucarística como de costumbre.

58. Conviene que el pan y el vino sean llevados por los neófitos, y si son niños, por sus padres y padrinos.

59. Oración sobre las ofrendas 
Acepta, Señor, con estas ofrendas la oración de tu pueblo, para que los sacramentos pascuales que inauguramos nos hagan llegar, con tu ayuda, a la vida eterna. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

60. Prefacio pascual I: en esta noche.

61. En la plegaria eucarística, se hace memoria de los bautizados y padrinos según las fórmulas que se encuentran en el Misal y en el Ritual Romano para cada una de las plegarias.

62. Antes del Cordero de Dios, el sacerdote exhorta brevemente a los neófitos sobre la primera comunión que van a recibir y sobre el valor de tan gran misterio, que es culmen de la iniciación y centro de toda vida cristiana. 

63. Conviene que los neófitos reciban la sagrada comunión bajo las dos especies, junto con los padrinos, madrinas, padres y cónyuges católicos, así como los catequistas laicos. Conviene también que, con el consentimiento del obispo diocesano, donde las circunstancias lo aconsejen, todos los fieles sean admitidos a la sagrada comunión bajo las dos especies. 

64. Antífona de comunión (Cf. 1 Cor 5, 7-8) 
Ha sido inmolada nuestra víctima pascual: Cristo. Así pues, celebremos con los panes ázimos de la sinceridad y la verdad. Aleluya.

Oportunamente se canta el salmo 117.

65. Oración después de la comunión 
Derrama, Señor, en nosotros tu Espíritu de caridad, para que hagas vivir concordes en el amor a quienes has saciado con los sacramentos pascuales. Por Jesucristo, nuestro Señor. 
℟. Amén.

66. Bendición solemne 
Que los bendiga Dios todopoderoso en la solemnidad pascual que hoy celebramos y, compasivo, los defienda de toda asechanza del pecado. 
℟. Amén.

El que los ha renovado para la vida eterna, en la resurrección de su Unigénito, los colme con el premio de la inmortalidad. 
℟. Amén.

Y quienes, terminados los días de la pasión del Señor, han participado en los gozos de la fiesta de Pascua, puedan llegar, por su gracia, con espíritu exultante a aquellas fiestas que se celebran con alegría eterna. 
℟. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, descienda sobre ustedes. 
℟. Amén.

Según las circunstancias, se puede emplear también la fórmula de bendición conclusiva del Ritual del Bautismo de adultos y de niños. 

67. Para despedir al pueblo, el diácono, o el mismo sacerdote, canta:
Pueden ir en paz, aleluya, aleluya. 

Y todos responden: 
℟. Demos gracias a Dios, aleluya, aleluya. 

Esto se observa durante toda la Octava de Pascua.

68. El cirio pascual se enciende en todas las celebraciones litúrgicas más solemnes de este tiempo.